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Entrevista a Paula Rodríguez directora de "Memoria Implacable": "Solo faltaba escucharlos.

Actualizado: 20 jun


Conversamos con la cineasta Paula Rodríguez Zickert sobre Memoria Implacable, su más reciente documental. Tras su estreno, la película sigue proyectándose en salas de cine, centros culturales, espacios comunitarios y universidades a lo largo del país. Más allá de su valor cinematográfico, su circulación busca activar una conversación necesaria en torno a un episodio histórico que ha sido sistemáticamente silenciado en Chile.


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Memoria Implacable (Marichi Tukulpan) tiene sus raíces en una investigación liderada por la académica mapuche Margarita Canio Llanquinao, quien en 2008 descubrió una colección de manuscritos escritos en mapudungun, resguardados en archivos en el instituto Ibero-Americano y Museo etnológico de Berlín. En 2010, junto al académico Gabriel Pozo Menares, viajó hasta allá para profundizar en el contenido de estos documentos. De esa labor surgió el libro Historia y conocimiento oral mapuche: sobrevivientes de la ‘Campaña del Desierto’ y la ‘Ocupación de la Araucanía’ (1899–1926), una obra que reúne los relatos de 24 personas mapuche que vivieron las campañas militares impulsadas por los Estados chileno y argentino a fines del siglo XIX.


Inspirada por esta investigación y en estrecho trabajo con Canio, la cineasta Paula Rodríguez Zickert comenzó el desarrollo del documental como una forma de ampliar esta memoria a través del lenguaje audiovisual.


Rodríguez, ha construido una carrera ligada al documental político y experimental. Pero su vínculo con esta historia no responde al azar ni a la distancia: Memoria Implacable nace de una búsqueda prolongada por conectar con el pueblo mapuche desde un lugar de respeto, escucha y compromiso, fuera de los discursos institucionales y los enfoques exclusivamente mediáticos del conflicto.



¿Cuál fue el origen de Memoria Implacable y por qué decidiste hacer una película con foco en el pueblo mapuche?


Durante años tuve la inquietud de hacer algo relacionado con el pueblo mapuche. Me impresionaba la desconexión que tenemos en Chile con nuestras raíces indígenas. Hay una relación muy negadora, muy marcada por la ignorancia. Y yo sentía que desde el cine podía aportar, pero no desde lo actual o contingente, porque es un terreno muy complejo. Quería ir al origen del conflicto.


¿Y cómo llegas al testimonio de Catrilaf, el corazón del documental?


Fue gracias a Margarita Canio, académica mapuche, que descubrió en Berlín unos textos que estaban sin traducir. Son relatos escritos por sobrevivientes de las campañas militares, recopilados por un etnólogo alemán dentro de los cuales estaba el de Catrilaf. Cuando los leí sentí que era como leer el diario de Ana Frank. Por primera vez alguien cuenta esa historia en primera persona, no desde el poder, sino desde el dolor.


¿Qué te motivó a centrar la película en ese testimonio?


Él quiso ser escuchado. Esas palabras estaban ahí, esperando. La película se construye desde ese deseo de dejar testimonio. Para mí, Catrilaf es un escritor. Su relato no es solo valioso por lo histórico, sino por lo poético, por la emoción que transmite.


La cinta tiene una narrativa muy íntima, pese a tratar un genocidio. ¿Fue una decisión deliberada?


Sí, completamente. No quise hacer una película panfletaria. Hay un viaje físico, pero también emocional. La película tiene un ritmo pausado, una pena profunda, pero también dignidad y esperanza. Busqué retratar la memoria desde lo sensible, desde lo humano. Incluso en los encuentros, prioricé lo femenino, lo íntimo, lo cotidiano.


¿Cómo fue trabajar esta historia junto a Margarita, desde el cruce de dos culturas?


Fue una experiencia muy rica. Ella no solo fue la investigadora, sino que involucró a su comunidad, a hablantes de mapuzungun, a expertos que validaron y protegieron la voz de Catrilaf. Fue un trabajo muy riguroso, muy colaborativo. Hay quienes se preguntarán por qué una huinca hace una película sobre lo mapuche, y la verdad es que esta no es solo su historia. Es la nuestra. Es responsabilidad del Estado chileno, pero también de nuestra actitud como sociedad frente a ellos.


¿Qué impacto esperas que tenga la película hoy, en un país que aún invisibiliza esta parte de su historia?


Espero que la gente escuche. No se trata de verdades absolutas ni de culpas. Ellos lo escribieron. Está ahí. Lo dijeron. Solo faltaba escucharlos. Y ese acto de escucha, para mí, ya es un paso hacia la reparación.


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En un país donde aún falta reconocimiento, justicia y reparación para los pueblos originarios, esta película abre una puerta hacia la memoria, la dignidad y el encuentro. El cine se convierte en una forma de escucha activa. Una manera de no olvidar.


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