top of page

'LA OLA': Escucha la voz

¿Qué se hace cuando el atrevimiento artístico se alza con la problematización de una herida abierta pero a su vez, enterrada? 


Esa es apenas una de las preguntas que acompaña la llegada de La Ola, la nueva película de Sebastián Lelio. Tras Una Mujer Fantástica (2017), un Oscar y tres producciones extranjeras, el director vuelve a filmar en Chile, esta vez bajo el alero de Fábula. Inspirada libremente en el mayo feminista de 2018, la cinta se presenta como un artefacto que busca poner en diálogo una revuelta social con el recurso inesperado del género musical.



Daniela López es Julia en LA OLA
Daniela López es Julia en LA OLA

El resultado está lejos de la comodidad o la conciliación. La Ola avanza con la energía irregular de aquello que se atreve a experimentar: tropieza, incomoda y vuelve a levantarse con la misma fuerza de sus coreografías. Es una obra que parece lanzar una pregunta sin respuesta: ¿Hasta qué punto una revuelta puede convertirse en espectáculo sin vaciarse de sentido? La llamada “ola feminista” de 2018 en Chile no fue un simple episodio, sino una irrupción que desbordó las universidades y atravesó el país entero: tomas, denuncias, un coro múltiple que puso en evidencia un sistema podrido sostenido en abusos normalizados. Ese levantamiento es el punto de partida de la película, el que Lelio no busca reconstruir. Su ejercicio es otro: entregar una interpretación libre, que a siete años de distancia funciona como un recuerdo incómodo y un impulso que terminó en nada.


Que el proyecto haya demorado siete años en concretarse —cinco de ellos solo en guion— ha llevado a que muchos la acusen de llegar tarde, de estar desfasada frente a su presente. Lelio, sin embargo, lo plantea de otro modo: no es una película sobre lo que quedó atrás, sino sobre un país que sigue detenido en el mismo punto. En ese sentido, la cinta expone con claridad la condición del Chile actual: un uroboros, donde los conflictos sociales reaparecen una y otra vez sin resolverse (bien lo anticipó Tomás Alzamora con Denominación de Origen).



Sebastián Lelio
Sebastián Lelio

Si el primer cuestionamiento es político, el segunda es estética. ¿Por qué un musical? En un país donde ese género apenas tiene tradición, la decisión se toma desde el exceso y lo hace en serio. Y precisamente allí se juega la apuesta: cuando las palabras ya no bastan, irrumpen la danza y el canto. Ese desborde no es un error, sino la manera que encuentra la película para amplificar lo que en Chile no cabe en la sobriedad de cualquier discurso. Sororidad compañera, Sororidad. La Ola llega para decirnos eso: Julia inicia en la lucha colectiva, pero termina individualizándose y cayendo en el flagelo de lo que implica continuar después de la catarsis. Es una película que no pretende crear una fórmula ni convertirse en precedente, sino un genuino experimento de lo que significa levantar una obra artística que se apropia del musical para salirse de sus cánones tradicionales. Y lo hace con la desfachatez y la genialidad de tocar lo que para muchos es “sagrado” por partes iguales: la lucha social y la herencia del género, ambos reimaginados desde una mirada distinta.


Con un elenco impecable, la película reúne en su mayoría a rostros jóvenes, muchos de ellos debutando en una producción de esta magnitud, como su protagonista Daniela López y sus compañeras Avril Aurora, Lola Bravo y Paulina Cortéz. Todas ellas comparten escena con figuras consagradas del cine chileno como Amparo Noguera, Tamara Acosta, Claudia Cabezas y Mariana Loyola. A esto se suma una banda sonora marcada por voces fundamentales de la música nacional, entre ellas Camila Moreno y Javiera Parra.



Daniela López
Daniela López

El riesgo es evidente: ¿el musical trivializa la lucha feminista o la potencia desde otro ángulo? Estetizar una herida implica exponerla al espectáculo, con el peligro de diluir el dolor real en la coreografía. Es una operación que se distancia de lo intrínsecamente serio y del surrealismo aprendido que se nos impone como manual latinoamericano, aquello que por regla “debiese ser”, para abrir otra forma de mirar lo político desde el cine.


La división frente la cinta nace de esa misma apuesta. Para algunos, el musical termina por reducir la revuelta; para otros, la saca de la solemnidad. Esa diferencia en la mirada explica por qué la película incomoda y no pasa desapercibida. ¿Y qué es el arte si no experimentación, juego, sin sentido y emoción? Son preguntas ancestrales que solo el tiempo sabrá procesar. La Ola no responde ni ofrece salidas fáciles: elige mantener abierta la herida, frotarla con sal y un poco de limón.



bottom of page